El Archivo Hours, como se desprende de su nombre, tiene su mentor. Alguien que en un trabajo que excede ya cuarenta años, ha venido juntando, con esa perseverancia que se adivina en tareas misionales, un material disperso, casi exánime, una sobrevivencia de la que es custodio e intérprete. Esta recopilación compila, recrea y enaltece las expresiones folklóricas musicales y poéticas de la Ciudad y Provincia de Buenos Aires a lo largo del siglo XIX y bien entrado el XX.
Conocí a Nuestro Archivero hace más de treinta años. Fue una noche de junio, cumpleaños del común amigo Santiago Cabal, quien nos presentó en Santa Rita, su rincón en Los Eucaliptus, Partido de San Miguel del Monte. A partir de allí, en el propio Monte, en Cañuelas, en Las Heras, en el Tuyú, en nuestra Ciudad de Buenos Aires o de visita en tierras cuyanas, lo he visto desplegar su arte en guitarra o acordeona con prodigiosa memoria y el adorno de su humildad.
Creo no haber conocido intérprete menos “rogado”. Capaz de pasar una tarde-noche haciendo música y dejarlo en eso al retirarme con el día encima. Siempre dispuesto a complacer algún pedido, también suelta por las suyas hallazgos que sorprenden. Sin embargo, es ahora, al acometer orgánicamente este trabajo, cuando caí en cuenta, no sin asombro, de la índole esencial de mi amigo: estamos en presencia de un Recopilador Tardío. Y paso a explicarme.
Se ha hecho hincapié, hasta el cansancio y porque corresponde, en la Oralidad del Hecho Folklórico. Tal cualidad remite, fundamentalmente, a tiempos en que los medios masivos de comunicación y posteriormente el mundo virtual e interconectado en que vivimos no habían desplegado aún su impronta sobre la condición humana.
En aislamiento, en transmisiones de padres a hijos, de abuelos a nietos, quedó en soslayos un componente que ayudó a antiguos recopiladores en sus búsquedas por los campos: el cuaderno, las libretas, donde desvelados y apasionados se tomaron el trabajo de plasmar a mano lo escuchado y heredado. Dice López Osornio: “A continuación transcribo una serie de poesías recogidas la mayor parte de ellas por simple tradición oral. Las restantes fueron copiadas de libretas conservadas por personas de la zona, como una reliquia de sus mayores y como un testimonio imborrable de una época en que, la difusión de las manifestaciones espirituales era dificultosa para ser hecha por medio del libro y sí factible por medio del manuscrito particular que mantenía en latencia, todos aquellos materiales que eran utilizados en los ratos de solaz y esparcimiento”1 . Y cita en tal sentido manuscritos de Domingo Casalins y Arnaldo Bordeu.2 Idénticas fuentes, y a modo de ejemplo, denunció Juan Alfonso Carrizo en su Cancionero de Salta con el “Cuadernillo manuscrito de don Miguel Otero” o “Rodolfo Matorras, cuadernillo de cantos fronterizos”.3
Se sabía, con algo de arcano, que Miguel Hours tenía en su casa, en lenta maduración y espera de manifestarse -tal las raíces por la que han de cantar las copas- unos cuadernos con sus anotaciones musicales y poéticas. Moraban en silencio y en secreto en su casa, creciendo y engrosándose a medida que su dueño, durante años, en viajes y escuchas, requiriendo y nutriéndose de matrices varias, fue armando esta confluencia de incunables musicales, que aquí se expone.
Esa fue la “cara invisible” de la luna archivera que descubrí al solicitarle tenga a bien facilitarme sus cuadernos. Allí estaban y así me los facilitó, similares a los cuadernillos señalados en otros recopiladores, con idéntica hechura: a mano, con letra caligráfica, en carácter de únicos ejemplares. Idénticos a sus remotos congéneres sí, pero con perplejidad o antigualla propia, atento los medios disponibles a la fecha para la custodia o conservación de datos o disciplinas. De allí la índole Tardía que adjudico al recopilador.
Con cierto sobresalto hasta que conseguí mi propósito, en la convicción de que mi automóvil mutaba a transporte de caudales en este caso entrañables, me vine con ellos desde San Miguel del Monte. Entusiasmado, saboreaba además la perspectiva de todas las piezas estrictamente musicales que habrían de complementar las letras pasadas a los cuadernos que portaba. Los fotocopié íntegros, en un par de ejemplares. Días después devolví aquel tesoro a su dueño, manuscritos de sacralidad telúrica vueltos a manos del laico con semblanza franciscana que los prohijó y custodia a la fecha. Y emprendí con las copias el salto a la modernidad, la necesaria herejía de pasar el material a programas de Words & Cía. Para que así la Academia Nacional del Folklore pueda cumplir, en coherencias con su naturaleza y finalidad, la alta comisión de este trabajo que sale a luz.
Además -¡y a Dios gracias!- entre las mudanzas que trae el tiempo y los avances técnicos que arrima, otro elemento del que carecieron recopiladores anteriores vino en ayuda y enriquecimiento de nuestro amigo: las grabaciones caseras. Esas cintas precarias, esos casetes innominados con que las familias grababan al familiar músico y cantor (el abuelo, el tío guitarrero) para que sus trovas no se pierdan. Nuestro Archivero se juntó con muchas de estas grabaciones. El seguimiento de las piezas musicales en particular, dará cuenta suficiente. A ellas me remito.
El Cancionero que nos ocupa recoge el mentado carácter “ambidextro” que menta el maestro Carlos Vega. De modo que el caudal Pacífico –el Gato, El Triunfo, El Caramba, Los Amores, el Estilo- se entremezcla aquí con la vertiente Atlántica –la Habanera, el Pericón, la Media Caña, la Milonga- para aunar un repertorio vario y rico.
Y a estas dos matrices, en carácter de oleada posterior, suma Nuestro Archivero todo ese conjunto de danzas llegadas en la segunda mitad del siglo XIX de Europa. Y que hizo furor en la campaña, con sus melodías y a favor del baile “enlazado”: el Vals, la Polca, la Mazurca, el Schotis. Temas que, en su mayoría, se acompañan aquí en grabación, ejecutadas por la clásica Verdulera, pequeño acordeón de dos hileras, conocida -y así bautizada- a través de inmigrantes que trabajan en quintas y las ejecutaban en atardeceres y feriados.
Acompañado de su gran amigo y buen cantor el Pampa Yamarín, el presente Archivo tiene, a nuestro juicio, una ventaja comparativa sobre tanto trabajo elogiable: la unidad recopilación-ejecución. Esta circunstancia viene a paliar, aunque no quite méritos, cierto desmembramiento o límite de otros trabajos. Pues, muchas veces, se contó con un cancionero escrito, pero sin su música. O ambos juntos, pero sin la correspondiente interpretación. O viceversa.
La presente labor, al aunar músicas, textos y bailes, pareciera cumplimentar la Terna Remota a que hace alusión Carlos Vega. Y que remite a asociación de sistemas de disímil naturaleza, cuyo punto común, al aunarse, es tan sólo “el tiempo en que se aprietan”4
Estos sistemas unidos -tientos que “se aprietan” en reliquias telúricas- es lo que el presente trabajo ofrece. Y que lo singulariza.
Previas palabras de ofrenda de Nuestro Archivero, encararemos el desarrollo que nos ocupa.
Francisco Luis Lanusse
1 Mario A. López Osornio, “Oro Nativo”, Ed. citada. Cap. “La poesía popular”, pág. 49.
2 Idem
3 Juan Alfonso Carrizo, “Cancionero Popular de Salta”, Ed. A. Baiocco & Cía, Buenos Aires, 1933, “Discurso preliminar”.
4 Carlos Vega, “Panorama de la Música Popular Argentina”, Ed. Citada, Cap. “La Música Folklórica” ítem, “La música y sus asociaciones”, pág. 70.