La estrofa
que, con numerosas aunque ligeras variantes, dice:
“Ay de la
perdiz, madre, ay de la
perdiz, que
se la lleva el gato, el
gato mis mis…”
tanto anduvo por América, que la versión que
transcribimos fue hallada en 1942 por el musicólogo Vicente Mendoza… en Méjico.1
Existe una casi unanimidad sobre el Gato como la más
universal, la más simple, la más extendida de nuestras danzas. Aquella que “no
se perdona” no saber bailarse en cualquier reunión criolla. Dice Carlos Vega:
“El Gato tuvo gran difusión continental. Consta que se bailó en Chile, en el
Perú y en México. Probablemente también en otras repúblicas hispanoamericanas,
aunque faltan pruebas.”2 Y más adelante
agrega: “Pero en ningún país prosperó el Gato con tanta fortuna como en la
Argentina. Acogido tal vez a fines del siglo XVIII, lo vemos gozando de gran
aceptación a lo largo del siglo pasado en la campaña de todo el país y en las
reuniones sociales en las capitales del interior"3
Nacido de música culta europea, tuvo también por
nombres el Mis Mis, la Perdiz, el Bailecito. Y se lo apodó rabón si era de un
solo giro y coludo si los giros eran dos. Tanto andaba el Gato por tantas
geografías, que Leopoldo Lugones, en sus Poemas
Solariegos, al evocar a Idelfonso, el arpista lugareño en su infancia en
Santa María del Río Seco, nos cuenta que, almariado en parrandas, al ser
convocado a acompañar misa el músico, para furor del cura:
“confundía
el oficio, mal dormido quizás, para
floriar los kiries con músicas de gato…”4
Señala Ventura Lynch: “Creo que no existirá un gaucho
que no sepa por lo menos rascar un gato”5.
Y López Osornio, haciendo hincapié en los modos y características con que las
regiones influyen y matizan danzas que les son comunes, advierte: “El Gato, como casi todas las danzas en
la pampa, parece que tomasen mayor serenidad y ceremonia que en otras partes”6. Se refiere, suponemos, a una mayor lentitud de sus compases y a la modalidad de
“zapateo bajo” del surero.
Al igual que la Vidalita, tiene el Gato la
“heroicidad” de abandonar “la dictadura del octosílabo”. Y emplea y empleó de
métrica la que, por tanto uso, llegó a nombrarse como “pie de gato”, aunque
Triunfo y Huella saben de ella. Nos referimos a La Seguidilla: “Junto a la copla (cuarteta octosilábica
arromanzada) la seguidilla es el vehículo más extendido de la lírica popular
hispánica. En su forma canónica, está constituida por cuatro versos, de siete
sílabas el primero y el tercero, de cinco el segundo y cuarto, con rima
asonante en los pares”7.Siguiendo mayoritariamente datos de Carlos
Vega, de las que omitimos cita al pie en homenaje a la brevedad, diremos que El
Gato se bailó en los primeros espectáculos circenses en el Río de la Plata,
allá por 1837, 1840. El viajero francés Romaing D’ Aurignac, en 1887, lo ve
bailar en la provincia en un velorio de angelito. Integró la legendaria puesta
teatral del Juan Moreira de Podestá, sustituido luego por el Pericón. Ricardo
Palma lo anota en sus “Tradiciones Peruanas”. Al presentarse el 21 de mayo de
1896 en el Teatro Victoria de Buenos Aires el “Calandria” del entrerriano
Martiniano Leguizamón, se canta, al bailarse un gato, dos variantes de la
estrofa madre citada al comienzo.
A dos giros en tierras cuyanas, aligerado en el Norte,
encadenado o patriótico si es con dos parejas, tuvo el Gato su variante
polkeada, con la irrupción de las nuevas danzas arribadas de Europa a partir de
la segunda mitad del siglo XIX. Y, en la provincia, sus variantes coreográficas.
Y, mientras se baila, mayor abundancia de canto en sus versos.8 Pérez Bugallo se extiende con minuciosidad al respecto9 Y Güiraldes lo
describe, en ocasión de una reunión en andanzas de reseros de sus personajes10.
Inicialmente rasgueado, posteriormente, por influencia
de músicos españoles sobre guitarristas patrios, vino a engalanarse con el
delicioso punteo con que, en su mayoría, hoy se lo conoce. Además, acaso por su
innata picardía, dio en filtrarse y meterse en otras danzas, les dio su allegro: El Cuándo, La Condición.
Francisco Luis Lanusse
El
Gato Correntino.Según Adolfo Güiraldes, el Gato Correntino
nunca fue correntino. Según él supo, fue un Gato compuesto en los arrabales
porteños cuando Lavalle quiso entrar a Buenos Aires en 1840. Lavalle se arrepiente
de entrar a Buenos Aires y llegó hasta Merlo. Y la única tropa que le quedaba
leal era de Corrientes. Los empezaron a perseguir. Por eso se decía y se dice,
irónicamente:
A Corrientes me
fuera de buena gana, a tomar caña
dulce con mis paisanas.
Cuando pasó Lavalle,
mi vida, por el camino, este Gato le
hicieron, mi vida, los correntinos.
Este Gato lo hicieron los federales, para que los
bailaran los orientales.
Este gato lo
hicieron los correntinos, para que los
bailaran los argentinos.
Adolfo Güiraldes y el tradicionalistaÁngel Amarante, de Dolores, coincidían en que
la coreografía del Gato Correntino antigua era como se bailaba la Chacarera
actual. Es decir que tampoco se bailaba con esquinas. Se bailaba como la Chacarera,
pero más corta, con la suma estrófica del Gato.
Miguel Hours
1 Carlos Vega, “Las Danzas Populares Argentinas”, Instituto Nacional de
Musicología “Carlos Vega”, año 1986, T II, “El Gato”, pág. 157
5 Ventura Lynch, “Folklore Bonaerense”, Ed. Secretaría de Cultura
de la Nación” Bs.As. 1994, Prólogo de Pedro Luis Barcia, “Folklore Bonaerense”,
item “Música y baile”, pág. 50
7 Angelo Marchese-Joaquín Forradas “Diccionario de retórica, crítica y
terminología literaria”, Ed. Ariel, Barcelona, España, 1989, pág. 363,
“Seguidilla”
8 Idem,
pág. 161
9 Pérez
Bugallo, en “Atilio Reynoso, Canto y Guitarra, Música criolla tradicional de la
provincia de Buenos Aires, República Argentina”, ítem “textos y comentarios.
“Banda 8”, págs.. 28 y 29
10 Ricardo Güiraldes, “Don Segundo Sombra”, Emecé, Buenos Aires, 2019. Cap. XI,
pág. 262