“Danza
de los giros”, se la llamó con propiedad. En su coreografía, entre las tres
media vueltas intercaladas, predominan gruesamente los giros y contra giros. Y
posee una singularidad, que la diferencia de muchas congéneres que se le
parecen: carece de zapateo. “Baile muy antiguo”, señala Tito Saubidet, quien le
atribuye el significado de la primera acepción del Diccionario de la Real
Academia Española: interjección que denota extrañeza o enfado.1
Galana,
de nítida intención amatoria –simbólicamente lograda en la coronación final- El
Caramba ya existía en España como danza cantada, aunque por aquel entonces era
femenino: La Caramba. Al parecer se trasladó a América allá por 1778. Y la
exactitud de su fecha de arribo –otra de sus curiosidades- obedece a la llegada
al continente de una famosa tonadillera: Ana María Fernández, conocida como “La
Caramba”.2 Esta mujer es citada por el Diccionario de la Real Academia, en la segunda
acepción que trae del “Caramba”, antes de informarnos que se trata de una moña
que llevaban las mujeres sobre la cofia, a fines del siglo XVIII. Dice así:
“Por alus. A la Caramba, sobrenombre
de María Antonia Fernández, tonadillera española del siglo XVIII.” En idéntico
sentido de tonadillera y cofia se expresan Fernández Latour de Botas y Teresa
Beatriz Barreto.3
Ya
cambiado a masculino –tal vez por sostener la antigua arbitrariedad de suponer
que sólo los varones sufren penas de esa laya- El Caramba siempre desgranó, por
su naturaleza de galanteo y en sus métrica –las seguidillas- alusiones al amor
y sus dificultades:
Me mandan
que te olvide caramba, como
si fuera, una
cosa tan fácil, caramba, que
se pudiera…
El tradicionalista Domingo Lombardi, en 1932, tomó una
versión al anciano Juan Zavala, quien recordaba haberlo visto bailar en sus
años mozos, allá por Tapalqué. Lo que demostraría que al menos desde 1860 se
bailaba en la campaña bonaerense.4
La versión que aquí se acompaña grabada –en voz y
guitarra del Pampa Yamarín- se conservó oralmente y se remonta, hasta donde
puede precisarse y según señala nuestro Archivero, a un tal Pantaleón Quesada,
de la localidad de Ranchos. Y enseña una mutaciónque, según estudiosos, remite a hechos de
1810 en adelante: el paso de la lírica a la épica, con cierta equiparación
final entre el amor y lo bélico. Aquello de “porque la justicia/nos va a
perseguir” es parte de una seguidilla mudada de monte a campo y hallada por
Arturo Capdevila cuando, de viaje por la Rioja con Carlos López Buchardo,
oyeron a una anciana cantar con caja y por vidala:
“Vamos,
vamos, vamos, al
campo a dormir, ¡Pobres riojanos, los van a sortear! porque
la justicia nos
va a perseguir, ¡Pobres riojanos, los van a sortear!5
“¡Caramba!”, decían nuestros abuelos ante un enfado
ligero, ante un hecho o circunstancia que provocaba asombro o admiración.
Término empleado por quienes nos precedieron, danza de música y coreografía
agraciada, queda conservada ahora en el Archivo que la Academia Nacional del
Folklore tiene el gusto de presentar aquí.
Porque siendo tan lindo El Caramba, sería una lástima,
caramba, que se termine perdiendo…
3 Olga
Fernández Latour de Botas-Teresa Beatriz Barreto, “Léxico de los Bailes
Criollos”, Academia Argentina de Letras, Bs. As., 2012, ítem “Caramba”, pág. 91