De
igual modo que, como vimos, se vaciló y vacila sobre si es paternidad o
hermandad el vínculo Yaraví-Triste-Estilo, sucede lo mismo con la trinidad
Habanera-Milonga-Tango. Señala Ayestarán: “Se ha hablado hasta el cansancio de
que la Habanera engendró a la Milonga y que esta a vez al Tango. En realidad en
todo ello hay una fundamental equivocación de parentesco: confundir paternidad
con hermandad. Creemos firmemente que la Habanera y la Milonga son congéneres y
que el Tango es también un hermano de ambas, pero de menor edad.”1
Qué
trasunto de mares y de costas genera este sustantivo que menta la capital
cubana: “Se originó en Cuba durante el siglo XIX por la recreación criolla de
especies europeas, en lo musical y lo coreográfico. Se la cultivaba en los
suburbios de La Habana, en las Academias de Baile”, señala Horacio Ferrer,2 quien
más adelante agrega: “Se difundió en Francia y, notablemente, en España, donde
alcanzó su consagración y su mayor popularidad como música de inúmeros
cantables del teatro lírico popular, a la par de mazurcas, schotis, jotas,
marchas, valses y tangos andaluces. Por esta vía especialmente –también por las
marinerías de los barcos cubanos de ultramar que traían cañas y tabacos y en
ediciones impresas- llegó al Río de la Plata en su doble función de especie
cantable y bailable.”3
Y qué
suerte de reivindicación genera, para un sistema musical que cumplió el Ciclo
Capitales de Europa-Capitales de América-Pueblos y Campañas de, el contraataque
de La Habanera triunfando en ultramares. Bien puede exclamarse sobre ella, de
su estelar traslado y éxito en todas direcciones, el primer verso de una de sus
piezas más conocidas: “Cuando salí de La Habana ¡válgame Dios!”4
¿En
qué navío y en qué puerto, subrepticia, hizo su ingreso a Europa La Habanera?
¿Llegó como pasajera o como polizona? No importa. En seguida dieron cuenta de
ella: “los compositores europeos la adoptan, la estilizan y como danza y pieza
instrumental de salón se difunde en Europa y América”5
A
partir de allí, aquí y allá, prolifera en teatros, zarzuelas, representaciones.
Algunas, ya perdidas, tuvieron auge singular. Por ejemplo aquella de Me gustan todas.6
Y así
fue también que La Habanera, popularizada, señora de varios mundos, vino a
hacer pecar de ignorancia a un grande como Georges Bizet quien, en el supuesto de
un aire anónimo, trabajó el Aria El amor
es un pájaro rebelde de su magnífica ópera Carmen: se trataba de La Habanera El arreglito, de Sebastián Irardier. El mismo autor (1809-1865) de
la antedicha y universal La Paloma.
Pocas músicas tan antillanas, tan marinas, tan
viajeras como La Habanera. Tierra adentro Nuestro Archivero, tal si fuesen
barcas encalladas por esas pampas de Dios, juntó dos piezas en sus búsquedas.
¿Añorarán aún dichas piezas, a tanto tiempo, el olor salobre de los puertos
oceánicos, siquiera el aroma a barro y junco del Río de la Plata? De afinar al
extremo el oído, ¿acaso llegaríamos a escuchar el mar, como en un viejo caracol?