Don
Lauro Ayestarán, en la vecina tierra oriental, develó guardar en sus archivos
más de cien letras de Vidalitas.1Y le atribuye el
encanto de “una breve porcelana sonora”.2 Porque tal vez sea,
de todas las canciones que venimos historiando, la más femenina. En tal sentido
afirma López Osornio: “La Vidalita
gozó de una verdadera acogida por parte del sexo débil del siglo pasado, quien
la utilizó para manifestar los sentimientos resentidos por el “mal de ausencia”
que apareja el amor.”3 También Vega: “Seguramente
el tema primitivo de la especie, es el del amor infortunado. La Vidalita es,
primordialmente, una endecha de amor.”4
Distintiva,
la Vidalita abandonó la cuasi tiranía del octosílabo reinante en romances y
canciones populares. Y se fijó, sin salir jamás de él, en el verso hexasílabo,
a compartir con una que otra danza nativa, El Prado, El Caramba. Y sabedora de
su exquisitez y también de su alcance, es de los ritmos de molde más rígido.
Dice Ayestarán: “La Vidalita es una estructura estática que no acepta
evoluciones. Existe entera en todas sus partes o muere irremediablemente.”5
En mi
pobre rancho vidalitá, no existe
la calma, desde que
está ausente vidalitá, la dueña
de mi alma…
He
ahí el molde de la canción que nos ocupa. Estos versos, tal vez, forman su
estrofa más conocida. Otras remiten a la historia, en esa yunta especial de lo
épico cuando se acompaña del sentimiento íntimo:
Palomita
blanca vidalitá, que cruzas
el valle, ve a decir
a todos vidalitá, que ha
muerto Lavalle.
El
General Lamadrid fue famoso cantor de Vidalitas. Y Carlos Vega trae a la
memoria un recuerdo catamarqueño, siglo XIX: Pedro Chávez, músico y
guitarrista, condenado a muerte entre peripecias de la guerra civil. En la
víspera de su ejecución, mientras transcurría una tertulia provinciana,al ser requerida la señorita Genoveva Soria
para entonar vidalitas, pide hacer dúo con el sentenciado. Tras el último
acorde, ella intercede ante las autoridades y salva su vida.6 Este salvataje, a mi modesto entender, no amerita asombro alguno: ¿qué varón
que se precie de tal negaría algo a una dama provinciana cantora de Vidalitas?
Un
única enredo (poco, siendo tan bella) se le conoce a la Vidalita: las
confusiones y mezclas alrededor de su nombre. Sigamos en esto a Vega, que es
buen rumbo. Tras separarla de otras especies con similitudes semánticas,
señala: “Vida, vidita, vidalita y otras, como palomita, son expresiones con que
el enamorado nombra a su amada.”7 Y más adelante:
“Cuando la voz vida en el sentido de
“amada” (vida mía) recibe el sufijo quichua lla
–que traduce profunda dulzura y fervor por lo que se nombra- tenemos vida-lla, es decir, vidala. El diminutivo de vidala
es vidalita. Con la y griega del
posesivo quichua, vidalita-y
significa mi vidita.”8
Y si
un matiz faltaba a la enjundia de este análisis, lo arrima López Osornio:
“Vidalitá, corrupción de Vida-lindá. ¡Vida linda! Es decir, cuando se desea
patentizar el sentimiento con una palabra o frase contraria a la que debiera
usarse. He oído muchas veces, exclamar: ¡Ah, qué vida linda… cuando se trababa
de sofocar una pena asfixiante.”9
Tengo
esta afirmación por gran acierto. El énfasis que al entonar vidalitas se pone
en el estribillo que la nombra lo sugiere. Me recuerda el “¡Lucido estoy!”, con
que los viejos criollos reseñaban circunstancias de trance o adversidad.
En el
Video que antecede, Nuestro Archivero
interpreta fragmentos de una Vidalita. Y tan sólo con eso interpreta a todas.
Pues, como dijimos, si difieren ya no son Vidalitas…