El
propio nombre fija el carácter lírico de su expresión, la intención de
comunicar intimidades emotivas. Al decir de Félix de Amador, sirvió “de fondo
desgarrador a las tradiciones de la llanura.”1
¿Es
hijo o es medio hermano el Triste del Yaraví andino, “la canción más triste del
mundo”2?
El vínculo no se discute entre tratadistas, pero pareciera permanecer esta
indefinición. Una cosa es segura: de no haber llegado el español a América, el
Yaraví igual hubiera existido. El Triste no.
Hermano
mayor (¿tío?) del Estilo y la Tonada, se fue desprendiendo del universo
montañés como así también de sus instrumentos –el arpa, el charango- para
fundirse en unión cara a la tierra americana: el cantor, su guitarra.
Sin
embargo, por ser el Yaraví de las pocas especies puramente indígenas, velado
entre la separación, el Triste –y después el Estilo- mantuvo una raigambre indiana,
una manera que, acaso, dio en cumplir la aseveración de Joaquín V. González:
“Tres siglos de convivencia de la raza blanca con la indígena en América, han
honrado las formas genuinas de la música y la danza primitiva, con excepción
del yaraví, que en mi opinión ha
logrado, por su belleza e incomparable dulzura y potencia emotiva, pasar
íntegramente al corazón del vencedor blanco, para que se cumpla aquí también la
ley histórica de la conquista del vencedor por el alma del vencido”.3
Una
mayoría de Tristes constituían lo cantando desde muy entrado el siglo XVIII y
el XIX en la campaña del Río de la Plata. Y acaso se incluyan largamente en la
consabida descripción peyorativa de Concolocorvo: “Se hacen de una guitarrita
que aprenden a tocar muy mal y a cantar desentonadamente varias coplas, que
estropean, y muchas que sacan de su cabeza, que regularmente ruedan sobre
amores.”4Señala Carlos Vega: “Ninguna canción sudamericana tuvo jamás la originalidad,
la belleza, la difusión y la aceptación del Triste. Apareció en el Perú a fines
del siglo XVIII animando un verdadero movimiento ciudadano de lied por
estímulos de índole romántica anteriores al romanticismo europeo y americano, y
al poco andar toda Sudamérica cantó el Triste”5
Su
filiación peruana, jamás desmentida, fue ratificada por viajeros que andaban
territorio de las Provincias Unidas. Así Head, allá por 1825: “Me dormí en
momentos en que las niñas entonaban muy lindamente un triste peruano,
acompañado con guitarra.”6También, en 1830,
en tertulias porteñas, otro viajero señala preferencias: “una inclinación
irresistible las lleva a preferir, con frecuencia, los tristes peruanos, los boleros
españoles, los cielitos argentinos…”7
Carlos
Vega, en el capítulo que acabamos de mencionar –omitimos cita- trae infinidad
de citas del Triste a lo largo del siglo XIX. Y si un ejemplo vale para atestiguar
el derrame del Triste por las amadas geografías, vayamos a Leopoldo Lugones, en
su magnífico y evocativo Romances del Rio
Seco. Al describir la llegada de un viejo conocido que viene en busca de
hacienda, tras demorarse en la morosidad hospitalaria de la época, dirá que al
llegar la noche el visitante, guitarra en mano,
“Acordándose
de aquellos
Tiempos
de sencillos goces,
Propone
luego a la dama
Cantar
un triste a dos voces.”8
El
Triste desplegó el antiguo ramillete estrófico, la octavilla, la quintilla, la
copla, la redondilla. Y quedó para él la mantención de versificaciones
desiguales, estribillos, los Sí ay ayay, los Ja jay no no y demás, que le negaron una forma musical determinada9.
Y el uso y abuso del octosílabo, pues sabido es que este es “verso popular por
excelencia”10 Y, como no podía ser de otro modo, es mencionado por la totalidad de los
recopiladores, desde Ventura Lynch en el siglo XIX, hasta Carlos Vega y el
oriental Lauro Ayestarán, entre otros, en el XX.
Ya en
vísperas de ostracismos, ante escalones que restaban para llegar hasta la forma
estrófica de la Décima, de puro sencillo cedió este despliegue al Estilo, como
se verá, hasta perderse por los campos y entre evocaciones. Pero antes,
finisecular, con la llegada del Estilismo y los Nacionalismos Musicales, su peso en la cultura derivó en
composiciones en ambas márgenes del Plata, con los respectivos Tristes de Julián Aguirre y de Eduardo
Fabini.
He aquí el Triste, entonces. Su nombre, su mutación
desde el adjetivo al sustantivo, perfecciona su descripción.
1 Fernán Félix de Amador, “La guitarra en la tradición de la llanura” Ed.
“Estándar·, Buenos Aires, 1947, “El Triste”
2 Carlos Vega, “Las Canciones Folklóricas Argentinas”, Instituto de Musicología,
1965, cap. “El Yaraví”
4 Concolocorvo, “El Lazarillo de ciegos caminantes desde Buenos Aires hasta Lima”
citado por José Luis Busananiche,
“Estampas del pasado” Ed. Hyspamérica, T. 1, pág. 138 “Gauderios, 1773”
5 Carlos Vega, “Las Canciones Folklóricas Argentinas”, Instituto de Musicología,
1965, cap. “El Triste”
6 F.B.
Head, “Las pampas y los andes”, Ed. Hyspamérica, cap. “Las pampas”, pág. 157
7 Arsène Isabelle, “Voyage à Buenos Ayres é a Porto Alegre…” citado por
Busananiche, “Estampas del pasado” Ed.
Hyspamerica, T. 2, pág. 91, “La Tertulia Porteña, 1830”
8 Leopoldo Lugones, “Obras Poéticas Completas”, Ediciones Aguilar, Madrid, 1859,
“Romances del Rio Seco”, pág. 1082, “La Visita”,
9 Carlos Vega, “Las Canciones Folklóricas Argentinas”, Instituto de Musicología,
1965, cap. “El Triste”
10 Pablo Rojas Paz, “El Canto de la llanura, Meditaciones pampeanas”, Ed. Nova,
Buenos Aires, 1955, pág. 85, capítulo “El Canto del Desierto”